EN EL MUSEO ROCA

SU NIETA 
Voy a hablar como nieta, pero también como pintora. Esta es una muestra-homenaje..., homenaje a la labor artística y a la persona de Julián C. González. Mis palabras parten desde el corazón y a la vez he tratado de tomar distancia para situar y analizar a Julián y su obra. Estamos hablando de uno de los 9 hijos de doña Amalia Sirio y Ercirio González, que nació a fines del siglo XIX un 25 de octubre de 1899. La familia era humilde, por lo cual Julián debió trabajar desde muy joven en el oficio de pintor... pero de pintor de paredes, esto no le impidió que desarrollara su vocación de artista, abriendo paso a su fineza de espíritu. Pensemos que pasó su adolescencia en el duro clima de la Primera Guerra Mundial y su juventud durante una dura crisis económica. Sin embargo aunque muchas veces tenía que caminar desde la Escuela de Bellas Artes hasta Flores, donde vivía con su familia, tuvo la perseverancia suficiente para seguir adelante y recibirse de profesor de dibujo en la Escuela Superior de Bellas Artes "Ernesto de la Cárcova" en 1926, teniendo como maestro y guía a don Pío Collivadino, quien lo introdujo en el mundo de la plástica, como así en el de la lírica, pues desde entonces Julián fue un asiduo concurrente del Teatro Colón. Julián QUERÍA ser pintor, representar paisajes llenos de color, pero en 1928 es decir, tan solo 2 años después de recibirse, fallece su queridísima hermana menor Lucía, de tan solo 21 años. 


Esto produce un impacto tal en el alma de Julián que hace que por mucho tiempo, prácticamente renuncie al color y se dedique exclusivamente a expresar su arte en la melancolía de las casas históricas y barrios coloniales que caracterizan su obra de grabador. Pareciera que encontró en las profundidades de las tintas y el alquitrán un medio por el cual expresar sentimientos profundos, profundos como cada trazo de buril, incisiones que llevan implícitas las alegrías del pasado y los desgarros del presente. 
Y así como el ácido las profundizaba para dar lugar a una nueva imagen llena de vida, así transcurrieron los años en que Julián se casa con María Angélica Migone, vecina de Flores, quien en 1934 le dio su única hija, Lucía. Lucía como su hermana, una Lucía que trajo alegría al hogar a pesar de los horrores de la guerra que azotaba al mundo por aquellos años. Julián González no abandonó su labor artística en ningún momento y en sus grabados se fueron reflejando los acontecimientos de su mundo interior y el del que lo circundaba. 
Claros y luminosos en un comienzo en general con tinta sepia, dieron paso a sugestivos nocturnos y profundas tonalidades de grises y azules en las obras comprendidas entre los 40 y 60. Julián González no tuvo los medios para viajar a Europa y aprender de los maestros que habitan en los museos del Viejo Mundo, pero fue un gran lector, un estudioso del arte y un espíritu amable que intercambiaba conocimientos con los colegas de su país y de otras latitudes. 
Su trabajo fue reconocido y recompensado. En 1930 obtuvo el premio Laura Bárbara de Díaz, expuso en salones nacionales e internacionales y en prestigiosas galerías. Registró los cambios de la Gran Aldea a la nueva ciudad con edificios de alto, de las calles angostas que dieron paso a avenidas y localizó y plasmó en las planchas de zinc los solares de los ciudadanos ilustres, poetas y próceres de Buenos Aires. También incluyó en su obra motivos arquitectónicos de otras provincias argentinas, pero siempre dentro del marco de lo histórico.
 Es en el paisaje donde se deja seducir por el color y su pincel se desplaza libre sobre las tablitas preparadas para pintar "in situ". Aunque son muchos los paisajes urbanos que pintó al óleo es más grande la producción de paisajes de campo, fruto de sus caminatas por Ituzaingó, lugar donde se radicó a partir de los años 40. Es allí donde Lucía su hija lo hizo abuelo de tres nietos y donde yo recibí lecciones de arte que serían las bases para mi formación posterior. Fueron pocos años pero intensos, de riquísimo contenido entregado con amor. 
En 1968, a mis 12 años y 68 de él, fallece un 31 de agosto. No tenemos más su presencia física pero su obra sigue emocionándonos, nos sigue contando, nos da ejemplo. En este caso siento más que evidente aquello de que lo que vale es la calidad y no la cantidad del tiempo compartido. 
Quiero agradecer a mi madre por haber conservado y valorado el trabajo de Julián, y como alguien que comparte el camino del arte quiero cerrar estas palabras destacando sus condiciones plásticas. Julián González es uno de los primeros grabadores argentinos formados en el país y con temática local claramente definida. Sus trabajos son ricos desde el punto de vista de los valores que maneja con maestría al entintar las planchas, su dibujo preciso, su línea sensible y cuando de color se trata, maneja el óleo con la soltura de un maestro impresionista, con carga matérica importante, su pincelada nos deja seguir el ritmo de su trabajo en la huella de las cerdas que depositan una gama de tonos muchas veces complementarios que conforman una paleta de valores medios y altos que muestran otra faceta del González monocromático que exhibió su obra en los salones nacionales y galerías del país. 
A ese Julián que mostró un profundo amor por el patrimonio histórico de su ciudad en su obra, al maestro, al colega desinteresado, al amigo incondicional, al hombre de familia que predicó con el ejemplo, este homenaje que inauguramos hoy.